¿Algún notario en la sala?

Después de casi 3 horas de reunión, mis bienqueridos clientes decidieron tomarse un receso, tomar un café, y cambiarse a una sala un poco más grande, mucho más cómoda; “¿Cómoda? ¿Para qué?” Pensé. Quince minutos después cuando vi la sala, la mesa, y el número de sillas lo entendí. Hoy tocaba encierro.

No es por alardear, pero no era mi primera vez, así que me remangué y me puse cómodo. No importa quién sea el cliente. Todos son iguales: las mismas formas, pero en distinto idioma y en distinto tono.

Abrieron un audio para hacer el encierro aún más público y así se conectaban otros invitados. Estaba sentado en una esquina, pero, dado que iba a ser protagonista, muy educadamente me senté en el extremo de la mesa, de manera que podía ver a todo el mundo a la cara. Ronda de presentaciones. Yo, soy yo, uno solo. Ellos (y ellas) suman 10, y solo conozco a 3. Los del audio… los ignoro.

¿Podría conectarme al proyector?” Dije una vez el silencio se instauró en la sala. Me sentía realmente inspirado. Tenía malas cartas, pocos triunfos, pero mucho mucho juego. Así que comencé el discurso, calcando el que había realizado unas horas antes, sin prisas, viendo cómo la gente reaccionaba.

Hasta que alguien decidió interrumpirme. Y como en otras ocasiones, como con otros clientes, es el momento en que cuando una piraña da el primer bocado, el resto de la pecera muerde al mismo tiempo.

No me puedo estar más en desacuerdo con ese planning, ¿14 semanas para construir ese medio? Tenemos piezas más voluminosas y no tardan tanto…

Y empiezan los murmullos. Y empieza el juego.

Bueno señora, este no es mi primer proyecto, y para su información (por si no lo ve claro), son 20 semanas, no 14 (es lo que tiene haber aprendido a sumar, y a pensar antes de abrir la boca), y estoy hablando siempre de primeras piezas, nunca se sabe lo que va a salir”.

¡Me parece aún mas inaceptable!” Respondió subiendo el tono. Cuarenta y largos, francesa, y trabajando en algo relacionado con calidad. “Mejor razonar con una mesa camilla”, dije a mis adentros.

Señora, le repito, como dije al inicio, que es un estándar, y ésta es la realidad”.

¿Me está diciendo que en su panel de proveedores no hay nadie que lo haga en menos tiempo?

Con la calidad que ustedes me van a solicitar, desde luego que no. Este no es el más rápido; es el que mejor balance entre plazo y calidad tiene, y desde luego, con lo delicada que es esta pieza en particular no iría a otro… Como le he dicho, este no es mi primer proyecto” Y justo cuando empezaba a discutir la corté rápidamente. “Si usted dispone de un proveedor que lo haga más rápido y con las mismas garantías, le facilito todos los datos, pero ahora desde luego no me voy a poner a discutir este tema”. Las cosas claras y el chocolate espeso.

Durante este intercambio entró en sala el número 11, que casualmente se sentó a mi lado. Le di la mano y continué mi discurso. Interrumpido por todos y cada uno de los presentes, buscando un renuncio, una duda, un error.

Calculo que fueron 20 minutos. Ese fue el tiempo en el que saqué mi destornillador lingüístico a relucir y desmonté todas y cada una de las preguntas. La francesa que había intervenido volvió a atacar y volvió a llevarse respuestas claras. Entendía lo que me pedía, pero la situación (a la que habíamos llegado por culpa de ellos, o al menos un 80 por ciento culpa de ellos), hacía imposible otro escenario.

Y empezaron lo que denomino yo, “las rebajas”. Todos empiezan a hablar de trabajar verano, 3 turnos, más dinero…  Hasta que me calenté, y muy tranquilamente dije: “Lo que les presento es la realidad HOY, para poder alcanzar el objetivo final en 2018, CON GARANTÍAS. Si por cumplir el primer hito del proyecto, quieren poner en riesgo el fin del planning, allá ustedes. Yo desde luego no voy a cambiar ni una coma sin estudiarlo a fondo con mi equipo y con los proveedores”.

Y habló el número 11. E instantáneamente me di cuenta que era el puto boss, el puto amo del cotarro. Todo el mundo guardo silencio y me dio la impresión de que la luz ambiente se atenuaba, y  que los focos se centraban en él, quedando el resto de actores alrededor de la mesa en la oscuridad.

Y fueron 10 minutos de tu a tu. El puto amo contra mi, en su casa. Y me divertí. Lo reconozco. Por experiencia, no valen todas las justificaciones, ni las excusas, ni los retrasos. Si tu empresa se ha comprometido a algo, tuya es la responsabilidad. Y en estos casos, no vale cuanta razón tengas o dejes de tener; la discusión acaba con el camuflado “Por mis cojones, y punto, que para eso soy el amo…

Y tras esa sentencia, el número 11 se dirigió a otro de sus secuaces (probablemente otro de su nivel) y dejó el inglés para discutir con él en francés. Dando a entender que estaba todo hablado, que no valía, y que la semana que viene quería ver cambios.

Volvió a mirarme a los ojos y me preguntó si me daba cuenta de la situación en la que me encontraba. Y en lugar de asustarme, le contesté en francés, dejándole claro que no solo me hacía cargo de la situación, sino que haría todo lo posible por revertirla, pero la realidad, el hoy por hoy, estaba en la mesa, y que se trabajaría para mejorar la situación.

Y en ese silencio, los murmullos empezaron a brotar hasta que la francesa que había estado mucho tiempo callada dijo muy claramente: “No entiendo como algo tan simple puede ser tan problemático…

Creo que en ese momento estaba bastante metido en mi papel y debí usar el tono más alto de toda la reunión… “Excuse me! Could you please repeat that?”.

Silencio absoluto. Y con toda la tranquilidad que me quedaba, le hablé solo a ella, ignorando el resto del mundo.

Me está usted diciendo, señora, y disculpe pero no recuerdo su nombre, que esto (y levanté la impresión 3D con la que me había ayudado en la presentación) es simple. ¿Acaso usted cree que esto solo vale para abrir una puerta? ¿Acaso está insinuando que simplemente, abriendo la puerta, está todo resuelto? ¿Me está diciendo que cuando usted (y si no usted, algún colega aquí sentado), después de abrir la puerta no se va a hartar a criticar la línea, los aspectos geométricos, la calidad del acabado, el tacto, el sonido, si hace más o menos ruido, la armonía con el resto del vehículo…? ¿Me está usted diciendo que no entiende como algo tan simple puede ser tan problemático?” Hice una pausa, y rematé: “Ahora entiendo porque le parece que 14 semanas son muchas para construir un utillaje…

Y en ese momento es cuando me entristece que no hubiese un notario en la sala. Un notario que diese fe de que acababa de bailar a los 11 representantes de mi cliente, jefes incluidos, y que no solo salía vivo, sino que salía matando… Un notario para dar fe de las venas hinchadas, de la rabia contenida no solo por la francesa, sino por sus colegas. Un notario para dar fe de que nadie me iba a dar la razón, pero la tenía… Un notario, por el amor de Dios…

Finalmente, el número 11 (creo que con muy buena vista, y para evitar daños colaterales), volvió a hablar para zanjar la discusión y emplazar un nuevo encuentro para dentro de siete días. Solo 5 de esas 11 personas se despidieron de mi y agradecieron (y creo sinceramente), la franqueza, la actitud, y el esfuerzo.

El mundo de la automoción es pequeño, y me volveré a cruzar seguro con esa francesa, y con ese número 11. Seguro que mi cara no la olvidan. La próxima vez, seguro que hay notario, y seguro que me comen vivo, o no… ¿quién sabe?

Pero hoy, ¡la victoria es mía!

A vuestra salud, y sobre todo la mía… L.

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Poca cosa...
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